La felicidad es un medio y es un fin en si misma. Muchos dicen que es el camino, no la meta. Es una responsabilidad ética y práctica a la que toda organización, independientemente de su condición, debiese aspirar para darle a sus trabajadores. Así, éstos tendrían las mejores condiciones laborales que les permitiría potenciar su vinculación y compromiso con la organización y por supuesto, los haría sentirse a gusto en lo que hacen, para qué lo hacen y cómo lo hacen. Como dice Csikszentmihalyi, “fluirían en su trabajo”. Yo agregaría, porque aman lo que hacen y les hace sentido hacerlo.

Hace pocos días se celebró el Día Internacional de la Felicidad que fue  instituido el 28 de junio de 2012 y se celebró por primera vez el año 2013. Gracias a una iniciativa del Reino de Bután, que considera el indicador económico de Felicidad Nacional Bruta más importante que el Producto Interior Bruto, la Asamblea General de las Naciones Unidas el año 2012 en la Resolución 66/281, decidió proclamar el 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad.

El objetivo de esta declaración fue reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de todos los seres humanos y la importancia de incluir estas medidas en las políticas de Estado de los diferentes países que la componen. En efecto, esta resolución invita a todos los Estados miembros, a los organizaciones nacionales, regionales e internacionales, a la sociedad civil y a las personas a celebrar este Día, y promover actividades concretas, especialmente en el ámbito de la educación.

Y como todos pudimos apreciar, hubo una gran cobertura del tema. En las empresas, se mostraron globos y caritas «smile»; por supuesto, se mostró lo mejor de ellas, con equipos de trabajo felices y risueños. Otros, entregaron premios y reconocimientos a quienes destacaron por su contribución a la organización. Y otras, hicieron actividades recreativas. Salieron los gerentes generales a hablar de la relevancia del tema y de las preocupaciones que sus compañías tenían por el bienestar de sus propios trabajadores.

Sin embargo, se nos evidencia que no todo es felicidad en la vida. A pesar de subir un puesto en el ranking 2019 de World Happiness Report que realiza la Organización de Naciones Unidas de los países más felices del mundo (pasamos del número 26 al 25 este año)[1], seguimos siendo un país con niveles preocupantes en varios indicadores.

Por ejemplo, seguimos teniendo altos niveles de stress, con un uso y abuso estremecedor de tranquilizantes y calmantes, con niveles elevadísimos de suicidio adolescente, con números que siguen siendo preocupantes por la violencia hacia las mujeres (al 19 de marzo, según reporta el Servicio nacional de la Mujer y Equidad de Género, en Chile se han cometido once femicidios, la expresión más monstruosa de esta violencia) y un incremento de licencias médicas del 1,31% de 2017 a 2018, con un promedio de 10,4 dias al año[2],

¿Cómo podemos pensar que en este día mundial de la felicidad, Chile es un país felíz? Pues ante esta aparente contradicción, al parecer estamos observando que incipientemente más empresarios y organizaciones están buscando generar mejores condiciones para que sus trabajadores estén a gusto, se sientan mejor y más confiados con sus empresas y empleadores. 

¡Ojalá así sea! tenemos que tener conciencia que en la medida que más organizaciones se incorporen a este nuevo paradigma, en forma seria y responsable , haciendo una nueva y mejor gestión de personas y con ello de su cultura, el resultado del proceso será beneficioso para todos quienes tienen relación con la empresa, sean sus trabajadores, sus familias (que muchas veces no las consideramos en estos análisis), los accionistas, los clientes y, por supuesto, la comunidad.

Esto, en último término, y por obvio que parezca, ayudará a todas las personas a contribuir a crear una mejor sociedad.  En este sentido, el esfuerzo que se haga desde la comunidad empresarial aportará a obtener mejores resultados en lo individual y en lo colectivo y con ello, a construir un país con condiciones que hacen mejorar la percepción de bienestar de sus ciudadanos. 

En este sentido el rol de las gerencias de personas es relevante, absolutamente central si queremos potenciar y contribuir en tener mejores lugares para trabajar, no solo para los trabajadores sino todos los actores que la rodean.

Como señala Pasricha en su libro La ecuación de la felicidad, la primera razón por la que el trabajo es importante para nosotros “es porque se trata de un asunto social”. El trabajo es uno de los factores que añade riqueza a nuestra existencia, y en la medida en que el trabajo es fuente de felicidad no es descabellado pensar que se creará un efecto multiplicador en el conjunto de la sociedad.

A pocos días de la celebración del Día Internacional de la Felicidad tenemos que hacernos cargo, y más allá de la posición en el ranking mundial del WHR®, las empresas que tienen un rol esencial en entregar bienestar a las personas que participan de ellas y tienen que ocuparse de sus trabajadores en su amplia expresión. Ya no es posible escindir este rol y responsabilidad. Este es y será el gran diferenciador de marca y lo seguirá siendo -con mucha mayor fuerza- en los años venideros con las nuevas generaciones y tecnologías que llegan. 

La felicidad como concepto central en la gestión de las organizaciones está llegando para quedarse.

[1] Los 10 países más felices del mundo son en este orden: Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza, Países Bajos, Canadá, Nueva Zelandia, Suecia y Australia.

[2] según el estudio de la Cámara de Comercio de Santiago e Inmune, empresa especializada en el tema.